En una época en la que la crítica, la diferencia e incluso la queja parecieran ser legitimantes, “El libro de los elogios” (Vinilo), reúne textos de escritores, dramaturgos y actores que se animan, a través del elogio y el aliciente de un argumento que funciona como una caricia, a acercarse a materiales tan heterogéneos como las malas traducciones, la televisión, la corbata o el llanto.
Los 10 textos reunidos -que llevan la firma de Sergio Bizzio, Camila Fabbri, Santiago Gobernori, Martín Kohan, Valeria Lois, Santiago Loza, Marina Mariasch, Eugenio Monjeau, Natalia Moret y Martín Zariello- van de lo fragmentario al cuento o el ensayo.
“El libro de los elogios” -parte de la colección Sencillos del sello, títulos pensados para leer en el tiempo que llevaría escuchar un disco, una lectura “de una sentada”- abre con una oda a Mar del Plata que Martín Zariello escribe con aire de lugareño. “Mar del Plata no es ideal ni es cool, pero, como el planeta Solaris, materializa los grandes deseos y las fantasías más bizarras de la mente argentina”.
En “El gusto por insistir”, Martín Kohan elogia el uniforme. Y marca un primer momento en el que es escolar: “Nos manteníamos (elegíamos: elegíamos elegir) en la corbata, en el pulóver azul escote en ve, en el portafolio negro tipo Primicia”. Y un segundo tiempo en el que el uniforme nos hermana no solo con los otros, sino con uno mismo: “Hay un arte de la insistencia, un gusto por la repetición, que tienen en el uniforme su matriz generativa, su escuela, su fundamento. En el paso del uniforme a lo uniforme, todo sentido de la fijeza se forja. Y al forjarse se forja también, lo uno con lo otro, todo un sentido de la diferencia”.
En “Tanta nieve, tan buena”, Natalia Moret defiende las malas traducciones “porque el error es la mecánica favorita de los descubrimientos: dos cosas que nunca antes se habían unido, se cruzan”. ¿Cuáles son esos entrecruzamientos? Una diéresis mal puesta, su hija y una escena en la nieve. “Fue un texto que salió de golpe, lo escribí bastante rápido. Yo suelo escribir muchas páginas pero después corrijo mucho y esta vez, en cambio, salió bastante limpio casi como si hubiera surgido de esa semilla del guisante”, cuenta Moret a Télam sobre cómo la idea detrás del cuento y el proceso de escritura se retroalimentaron.
“Cuando me invitaron a participar, consulté qué temas ya estaban abordados y entendí que la gracia no era defender al amor o la bondad porque no necesitan quién los defienda. No soy muy de elogiar, más bien suelo poner en contra, es lo que me divierte como ejercicio de pensamiento. Lo primero que pensé era elogiar a los bestsellers y empecé a escribir pero me salía un registro muy serio, no lo lograba”, cuenta.
“Joana (Joana D´Alessio, creadora de Vinilo) me llamó a que escribiera sobre algo más chiquito. Esa referencia me recordó al guisante del cuento que leí con mis hijas sobre una princesa muy quisquillosa que no lograba dormir con 20 colchones sobre un guisante”, recuerda Moret.
Dice su texto, que en la brevedad propone el devenir de un cuento: “Súbitamente afrancesada, mi hija pregunta: `Qué es un guisante?´. Culpo a la mala traducción y al lenguaje neutro de estar enseñándole a mi hija a hablar mal. Si dijera arveja, esto no pasaba. Le explico la regla de U muda después de la G con la E o con la I, y ella repite su pregunta, ahora en perfecto rioplatense. Después digo: “Un guisante es…. Y pregunto: `A qué te suena?´”. La autora recuerda que después de adoptar “la idea de trabajar con un material pequeño como un guisante”, un viaje familiar a Bariloche terminó por cerrar una trama que órbita alrededor del error en las malas traducciones.
El dramaturgo, cineasta y escritor Santiago Loza propone un elogio a la anestesia de mirar televisión. “El texto surgió a partir de la invitación de Vinilo. Me puse a pensar qué podía elogiar y la tele se me apareció como un elemento vergonzante muy interesante porque así como tengo una vida como lector, también tengo una vida como espectador de tele. Quise abordar la televisión como algo más allá de una caja boba, un puntapié para reflexionar en torno a la vivencia pasiva de ver televisión. Esa idea, que me divertía, me permitió trazar una línea biográfica”, cuenta Loza sobre cómo nació un texto que sostiene que “la televisión acompaña a los tristes”.
En la intersección entre el ensayo y el relato autobiográfico, el autor propone una tesis sobre el rol de la televisión: “Para quienes vivimos atormentados, unas horas televisivas funcionan como una leve lobotomía sin mayores consecuencias. Droga blanda, dependencia, irritación de los ojos, un poco más y apago, unos minutos robados, sueños luminosos, pesadillas catódicas, despertar con sed, insomnio, prender un ratito y dejarlo, amanecer con la lluvia electrónica, mala señal, no sintonizar, ahora sí, otro rato y apago, la luz cambiante, parpadeando en la noche”.
El dramaturgo Santiago Gobernoni escribe a favor de las aristas del encierro, Eugenio Monjeau confiesa que ama sus corbatas, Sergio Bizzio defiende la limitación del formato y Valeria Lois se adueña de la prerrogativa del llanto. La poeta y escritora Marina Mariasch elogia la capacidad de, a pesar de todo, creer. Y enumera: en la filosofía, en los comunes, la política, la literatura o en el poder de la música. “Creo en la palabra, en el poder de la palabra. No hace falta que las palabras hagan cosas. No hace falta pretender que las palabras hagan cosas de verdad. Las palabras son cosas. Las palabras crean verdades”, asegura para después elogiar también “la falta de palabra, el silencio”.
Camila Fabbri, seleccionada por la revista Granta como una de las mejores escritoras latinoamericanas sub40, defiende la pausa reparadora de las salas de espera. “Son algo así como cabinas telefónicas de permitidas detenciones, tiempo muerto que necesitamos para recargar batería que resultará indispensable después, cuando volvamos a enfrentarnos al desorden de las avenidas o a la desinteligencia de aquellos que caminan o corren y sin querer nos chocan y nos piden permiso en un último aliento de jueves o de viernes”.
Los textos breves que componen “El libro de los elogios” funcionan como pequeños desafíos para el lector, intimándolo a pensar qué hay detrás de la estigmatización de determinados asuntos o por qué las cuestiones más simples y cercanas no suelen convocar nuestra atención. Pero también funcionan como un desafío a los autores, corriéndolos de sus proyectos literarios de largo aliento para sumergirlos en una escritura breve que se enriquece en la expresión coral.
FUENTE TELAM