En la última edición del encuentro de la Sociedad Europea de Oncología Médica, todos los ojos han estado puestos por primera vez en los estudios sobre conjugados anticuerpo-fármaco.
Si hace unos años fueron las inmunoterapias las protagonistas de los encuentros científicos dedicados al tratamiento del cáncer, en la última edición del encuentro que organiza todos los años la Sociedad Europea de Oncología Médica (ESMO), el Congreso ESMO 2023, todos los ojos han estado puestos por primera vez en los estudios sobre conjugados anticuerpo-fármaco.
En la jerga ya se está haciendo habitual la denominación de este tipo de terapias por sus siglas en inglés (ADC). Los ADC están compuestos por un anticuerpo monoclonal que va ligado químicamente a un medicamento. El anticuerpo se une a proteínas específicas o receptores de ciertos tipos de células, como las células cancerosas. El medicamento que transportan entra en esas células y las destruye sin dañar otras.
Según ha explicado en el encuentro científico Andrea Borghese Apolo, del Instituto Nacional del Cáncer (Maryland, Estados Unidos), los conjugados anticuerpo-fármaco constituyen una oportunidad para cambiar la práctica clínica, pueden duplicar la supervivencia cuando se comparan con la terapia convencional; son 200 veces más potente que la quimioterapia.
Krishnansu Sujata Tewari, del Centro Médico de la Universidad de California en Irvine (Estados Unidos) se ha referido a los ADC como “caballos de Troya” que llevan los medicamentos hasta los tejidos en los que es necesario que actúen.
Ángela Lamarca, del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz de Madrid, que también ha participado en calidad de representante de la sociedad científica ante los medios de comunicación, se refería a estos tratamientos como una “quimioterapia inteligente“. “Quimioterapia mejorada” era la descripción de Borghese Apolo. Esta oncóloga comentó los resultados de uno de estos compuestos en pacientes con carcinoma urotelial (también conocido como carcinoma de células transicionales, el tipo más común de cáncer de vejiga) y se refirió a ellos como “monumentales“, sobre todo teniendo en cuenta que no se había producido un avance comparable en primera línea de tratamiento para esta enfermedad en las últimas tres décadas.
Otra de las posibles ventajas, aún por definir, de los ADC es la ausencia de biomarcadores. Los biomarcadores son sustancias que pueden medirse con diversas pruebas médicas.
En oncología, con frecuencia, un biomarcador define qué pacientes van a responder a un tratamiento. Muchas de las ya famosas inmunoterapias, con una enorme eficacia, solamente funcionan en el 20% de los pacientes… los que tienen el biomarcador en cuestión. En el caso del ADC para carcinoma urotelial, los investigadores han observado mejoría en todos los pacientes tratados, sin que un biomarcador defina quiénes van a responder, lo cual puede ser, en este caso, una ventaja.
Los biomarcadores son otra de las cuestiones que ocupan a los oncólogos. Clara Montagut Viladot, del Hospital del Mar de Barcelona, explicaba que son muy importantes, entre otros aspectos, porque se pueden utilizar para escoger pacientes que responderán a una terapia dirigida… y para excluir a los que no van a responder, evitando tratamientos y toxicidades innecesarios.
Los especialistas son, evidentemente, partidarios de realizar exámenes exhaustivos a los pacientes para saber cuanto sea posible de su condición y de la mejor manera de tratarla, sobre todo cuando es posible utilizar terapias dirigidas a corregir anomalías, que es algo cada vez más frecuente en el área de oncología. No siempre puede hacerse.
Benjamin Besse, profesor de Oncología Médica en la Universidad de París-Saclay (Orsay, Francia), apuntaba que la propia Sociedad Europea de Oncología Médica ha realizado un estudio para saber en qué medida se están usando los biomarcadores en nuestro entorno. Los resultados pintan un panorama heterogéneo. Mientras las pruebas para algunos biomarcadores están implantadas de manera extensa (por ejemplo, para la detección de mutaciones en el gen ALK), otras (citaba la prueba para mutaciones en otro gen, RET) se están implantado de forma “muy irregular“. Para Marina Garassino, del Instituto Nacional del Cáncer de Milán (Italia), realizar pruebas de biomarcadores es determinante para ofrecer tratamiento personalizado y más eficaz a nuestros pacientes, pero es algo sobre lo que hace falta más formación”. Garassino contaba que “hay personas que acuden a una consulta porque quieren una segunda opinión y solamente entonces encontramos la alteración específica que nos permite ofrecerle terapias dirigidas, habían sido tratados sin haber pasado por las pruebas de diagnóstico molecular.
Besse ha explicado que cuando se definen subtipos de cáncer de pulmón en función de mutaciones específicas (con biomarcadores), el resultado es que estudiamos y tratamos poblaciones de pacientes tan pequeñas como las que tienen enfermedades raras, en cáncer de pulmón ya estamos hablando de diez tipos de enfermedad distintos.
El Ministerio de Sanidad prometió hace más de un año normativa para la implantación de los biomarcadores, pero no ha llegado. Javier Cortés, jefe de oncología médica en el Hospital Ruber Juan Bravo de Madrid, considera natural que la ciencia vaya por delante de la administración, pero es partidario de que los dos ámbitos vayan de la mano para que las innovaciones vayan llegando a las consultas, “a los pacientes” de la forma más ágil posible.
Este especialista español presentó en la edición de ESMO en 2021 los resultados de un estudio con un conjugado anticuerpo-fármaco en pacientes con cáncer de mama metastásico con “los mejores resultados vistos en un ensayo clínico de esta enfermedad”, declaraba en aquella ocasión.