La licenciada en Física de la Universidad de Buenos Aires asumió la presidencia de la Comisión Nacional de Energía Atómica y reflexiona: “Una ciencia digna es aquella en la que todas las capacidades están puestas al servicio del bien común”.
Convencida de que el sistema científico tecnológico es el resultado del trabajo mancomunado que va “desde las personas que investigan hasta las que limpian”, la física Adriana Serquis asumió la presidencia de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) con el desafío de volver a poner al organismo como el gran “articulador” de la energía nuclear en Argentina.
De 53 años, y con una carrera académica consolidada, la física Adriana Serquis aceptó el desafío de dirigir la CNEA, un organismo que interviene en diferentes ámbitos como la salud, la producción, la industria y la investigación cuyas líneas de trabajo van desde la construcción del centro de protonterapia para tratamiento de cáncer hasta puesta en órbita del satélite Saocom 1B.
Su formación académica
Licenciada en Física de la Universidad de Buenos Aires y doctora en Física egresada del Instituto Balseiro, Serquis realizó un posdoctorado en Los Alamos National Laboratory (LANL), Estados Unidos, y cursó la Maestría en Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), donde también es profesora titular.
Esta investigadora principal del Conicet se desempeñó como jefa del Departamento de Caracterización de Materiales, Gerencia de Investigación Aplicada, del Centro Atómico Bariloche de la CNEA.
Su trabajo se centró en la caracterización de los materiales para energías limpias: “Muchas de las tecnologías relacionadas con las nuevas energías, es decir con todo lo que implica el cambio de la matriz energética, depende del desarrollo de materiales y para desarrollarlos y optimizarlos hace falta caracterizarlos”, explicó a Télam la investigadora.
Como consecuencia de los aportes que realizó al conocimiento de esta temática, Serquis ganó en 2007 el Premio Houssay Investigador Joven, el Premio Konex en 2013, y un año después logró el Premio Nacional L’Oréal-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia”.
Pero más allá de su vasta producción académica, Serquis es integrante de Trabajadoras del Centro Atómico Bariloche, un colectivo que colabora en la coordinación de redes institucionales, capacitación en género y estadísticas con el fin de visibilizar el rol de la mujer en la ciencia.
Sobre este aspecto, su mirada sobre la ciencia en general y los planes para la CNEA Serquis ahondó en esta entrevista.
– Télam (T): La CNEA es un organismo con proyectos muy diverso, ¿por dónde comenzará a trabajar?
– Adriana Serquis (AS): Nuestra idea es potenciar todas las líneas de trabajo, pensar la misión institucional del organismo y poder darle el marco de articulador en el área de energía nuclear, de medicina nuclear y de otras áreas relacionadas con tecnología, industria, la minería; es decir, recuperar ese lugar de coordinación y articulación con todos los sectores que la CNEA tuvo alguna vez.
El primer objetivo es formar equipos de trabajo lo más amplios posibles y establecer diálogos de comunicación hacia adentro, para comprender cuáles son las necesidades de las y los trabajadores, y hacia afuera (del organismo).
– T: Desde hace años forma parte del colectivo Trabajadoras del Centro Atómico Bariloche, ¿qué impacto tuvo NiUnaMenos en el ámbito científico?
– A.S: Lo primero que me parece importante es reconocernos trabajadoras de la ciencia porque la ciencia no se desarrolla solamente con las doctoras en física, química o biología, sino también junto a las que hacen el soporte, que organizan el lugar, las estudiantes, la personas que hacen divulgación, prensa, que diseñan los folletos, los que limpian, los que articulan con las universidades y las empresas, todo ese trabajo mancomunado es parte del sistema de ciencia y técnica.
En relación a NiUnaMenos, creo que había una invisibilización de ciertas problemáticas que comenzaron a hacerse visibles a partir del movimiento de mujeres y diversidades, y la ciencia no es ajena a ese proceso.
Todas y todos estamos haciendo un trabajo de deconstrucción y de ver un montón de desigualdades que ocurrieron y ocurren; estamos comprendiendo que hay personas que no llegaron porque no tuvieron las oportunidades, porque sabemos que ocurren discriminaciones -a veces sutiles y otras explícitas-, pero sobre todo en las ciencias exactas y naturales hay menos mujeres y hay una mirada histórica de que no es ese el rol que tenemos que ocupar.
Esto viene de mucho antes de la universidad, comienza con la educación, en la infancia, en la asignación de juguetes según el género (a la nena la muñeca al nene el martillo); en ese contexto, hay mujeres que pudimos tener apoyos en nuestras familias para seguir lo que nos interesaba y otras que no.
Entonces, tanto para las mujeres como para las diversidades, la ciencia es un ámbito sutilmente hostil y lograr espacios libres de esas formas de violencia requiere un cambio cultural que no es de un día para el otro; las capacitaciones son importantes como por ejemplo la Ley Micaela.
– T: Decía que la ciencia no escapa a lo que pasa en la sociedad, ¿cuál sería en ese contexto el rol de la ciencia?
– A.S.: Ese “ethos” que rodea a la palabra ciencia de objetiva, imparcial y, sin intereses, hay que reconocer primero que no es cierto, que estamos insertos en una sociedad y que hay sesgos conscientes o inconscientes que nos llevan a un lado u otro.
En ese contexto, una ciencia digna es aquella en la que todas las capacidades que se van desarrollando están puestas al servicio del bien común.
Y aquí sucede que muchas veces cuánto más elevado es el conocimiento científico o más trascendente el “descubrimiento” nos puede llevar a que prime nuestro ego sobre ese bien común.
El conocimiento nos da poder, y ese poder es el de modificar la realidad.
Al principio había cuatro elementos, ahora tenemos 118 y los queremos conocer para dominar el mundo; hay que saber que ese poder que tenemos de transformación tiene que estar al servicio de la sociedad y no de una búsqueda personal.